en la versión de Richard Wilhelm (1) se lee:
También este es un signo duplicado. El signo simple Li significa “estar adherido a algo”, “estar condicionado”, “basarse en algo”, “claridad”. Una línea oscura está adherida a un trazo claro arriba y a otro igual abajo: la imagen de u espacio vacío entre dos trazos fuerte, por lo cual éstos se vuelven claros. Es la hija del medio. Lo creativo ha acogido dentro de sí la línea central de lo receptivo y así se engendra en Li. Como símbolos el fuego. El fuego no tiene forma definida, sino que adhiere a las cosas que arden y así brilla en su claridad. Como el agua desciende desde el cielo, así el fuego asciende llameante desde la tierra. Mientras que K´an simboliza el alma encerrada en el cuerpo, Li simboliza la naturaleza en su radiante transfiguración.
EL DICTAMEN
Lo Adherente. Es propicia la perseverancia,
pues aporta el éxito. Dedicarse al cuidado de la vaca trae ventura.
Lo oscuro adhiere a lo luminosos y perfecciona así la claridad de lo luminoso. Lo claro, al irradiar la luz, requiere la presencia de lo perseverante en su interior, para no quemarse del todo y entrar en condiciones de iluminar en forma duradera. Todo lo que expande luz en el mundo, depende de algo a lo cual quedar adherido para poder alumbrar de un modo duradero. Así el sol y la luna adhieren al cielo; los granos, las hierbas y los árboles adhieren a la tierra. Así la doble claridad del hombre predestinado adhiere a lo recto, y por consiguiente es apto para modelar al mundo. El hombre que permanece condicionado en el mundo y no es independiente, al reconocer este condicionamiento y al entrar en dependencia de las fuerzas armoniosas y benignas del orden universal, obtiene el éxito. La vaca es símbolo de máxima docilidad, esta voluntaria dependencia logrará una claridad nada hiriente y encontrará su puesto en el mundo.
Nota: Una curiosa coincidencia digna de observarse s que tanto en este caso como en el de la religión parsi aparecen asociados entre sí el fuego y el cuidado de la vaca.
Nota: Una curiosa coincidencia digna de observarse s que tanto en este caso como en el de la religión parsi aparecen asociados entre sí el fuego y el cuidado de la vaca.
LA IMAGEN
La Claridad se eleva dos veces: la imagen del Fuego.
Así el gran hombre alumbra, perpetuando esta claridad,
las cuatro regiones cardinales del mundo.
Cada uno de los dos signos parciales representa al sol en un cielo diurno. Así se representa, pues, una reiterada actividad del sol. Con ello se alude a la acción temporal de la luz. El gran hombre continúa en el mundo humano la obra de la naturaleza. En virtud de la claridad de su ser hace que la luz se extienda cada vez más en el interior de la naturaleza humana.
LAS DIFERENTES LINEAS
Al comienzo un nueve significa:
Las huellas de los pies corren entrecruzadas a troche y moche.
Si al respecto uno se mantiene serio, no hay tacha.
Es temprano por la mañana. Comienza la labor. Luego de haber permanecido el alma apartada del mundo extremo durante el sueño, recomienzan ahora las relaciones con el mundo. Se entrecruzan las huellas de las impresiones. Reina un apresurado trajín. Es importante conservar entonces la concentración interior, no dejarse arrastrar por el torbellino de la vida. Si uno en serio y concentrado, alcanza la necesaria claridad para enfrentarse con las numerosas impresiones que lo acometen. Precisamente en los comienzo resulta particularmente importante esa concentrada seriedad, pues el comienzo ya contiene los gérmenes de todo lo que sigue.
Seis en el segundo puesto significa:
Resplandor amarillo. Elevada ventura.
Se ha alcanzado el mediodía, el centro del ciclo diario. El sol brilla con resplandor amarillo. El amarillo es el color del medio y de la medida. Resplandor amarillo es pues símbolo de la perfección en la cultura y el arte, cuya máxima armonía consiste en la justa medida.
Nueve en el tercer puesto significa:
Al resplandor del sol poniente
los hombres o bien golpean la olla y cantan,
o bien suspiran ruidosamente porque se aproxima la senectud.
Desventura.
Aquí se señala el fin del día. El resplandor del sol descendente recuerda el condicionamiento y lo perecedero de la vida. A causa de esa falta de libertad exterior, los hombres generalmente se tornan faltos de libertad también en su interior. Ya la transitoriedad les sirve de impulso para manifestaciones de desenfrenada alegría, para gozar de la vida mientras todavía exista, ya dejan que los invada la tristeza, y con sus quejas sobre la cercana vejez echan a perder su tiempo valioso. Ambas situaciones acarrean el mal. Para el noble es indiferente que la muerte sea temprana o tardía. El cultiva su persona, aguarda su sino, y afirma con ello su destino.
Nueve en el cuarto puesto significa:
Súbita es su llegada:
se inflama, se extingue, es arrojado lejos.
La claridad de la inteligencia guarda la misma relación con la vida que el fuego con la madera. El fuego adhiere a la madera, pero también la consume. La claridad del intelecto arraiga la vida, pero también puede devorar la vida. Es cuestión de cómo se manifiesta su actividad. En ese caso, aparece la imagen de un meteoro, o de un fuego de paja. Se trata de un carácter agitado, inquieto, que logra un rápido ascenso. Pero faltan los efectos perdurables. En tales circunstancias acarreará malas consecuencias el hecho de que uno se gasta demasiado pronto y se consuma como un meteoro.
Seis en el quinto puesto significa:
Llorando a torrentes, suspirando y lamentando.
¡Ventura!
Se ha alcanzado en este punto la culminación de la vida. Sin advertencia se consumiría uno en esta posición como una llama. Si, al contrario, abandona uno todo temor y toda esperanza y, reconociendo la nimiedad de todo, llora y suspira sólo preocupado por conservar su claridad, esa tristeza aportará la ventura. Se trata de una verdadera vuelta atrás, un verdadero arrepentimiento, y no, como en el caso de nueve en el tercer puesto, meramente de una pasajera disposición de ánimo.
Al tope un nueve significa:
El rey lo emplea para que se ponga en marcha y castigue.
Lo mejor será entonces matar a los cabecillas
y hacer prisioneros a los secuaces. No hay tacha.
El objetivo de la punición es imponer disciplina, y no administrar castigos ciegamente. Es cuestión de subsanar el mal atacándolo en su raíz. En la vida pública estatal, se impone eliminar a los que encabezan la conspiración, pero perdonar a los secuaces. En la formación de uno mismo, es cuestión de extirpar los malos hábitos, y de tolerar, en cambio, las costumbres inocuas. Pues un ascetismo excesivamente severos, no conducen a un buen éxito.
(1) I Ching - El Libro de las Mutaciones. Ed. Sudamericana 7ma. edición Buenos Aires 1985 - ISBN 950-07-0085-9
(1) I Ching - El Libro de las Mutaciones. Ed. Sudamericana 7ma. edición Buenos Aires 1985 - ISBN 950-07-0085-9